Estimada parroquia. Razonar no está de moda, y además cansa mucho. Es tremendamente más sencillo apuntarse a una corriente de pensamiento y adoptar su dictado fielmente. Ante la ausencia de una corriente de pensamiento (suele ser el caso mas habitual), también puede uno seguir fielmente la irracional doctrina de un partido político. El resultado es el mismo.
Si uno lo piensa con detenimiento, no es pequeño el esfuerzo que encierra posicionarse ante cada noticia que nos muestran los periódicos que leemos, la radio que escuchamos, o nuestro TL de twitter. Para cada asunto, hay que leer con detenimiento, comprenderlo, buscar referencias, verificar fuentes, eliminar toques editorialistas, y tras revisar los fundamentos racionales, éticos, morales, religiosos (si procede), etc. de uno mismo, posicionarse en consecuencia. Como dije antes, es mucho más cómodo ahorrarse todo ese proceso, y adherirse con lealtad a una corriente de opinión predefinida que te alimente de argumentos para defenderlos con vehemencia donde corresponda.
Para haceros más sencilla la tarea, os presento esta figura, que simplifica enormemente el proceso. No hace falta pensar nada, basta con asumir la postura que queramos, y !ya esta!, ya tenemos opinión.

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En \modoironiaoff, puede parecer que lo acabo de contar es una exageración irónica de la realidad, no lo es. Mucha gente se define fiel seguidora de un partido político o una corriente social. Si uno lo piensa con detenimiento, la probabilidad de estar de acuerdo en todas (o la mayoría) de las opiniones de un partido político, son muy pocas. Y esa probabilidad se hace prácticamente nula con el paso de tiempo, dada la evolución de los asuntos a debatir, de las líneas de pensamiento de los partidos políticos y de nosotros mismos (sobre esto último, creedme, hay gente capaz de cambiar de opinión, se han dado casos).
En resumen, queridos feligreses, os invito a cuestionar todo lo que os pongan delante, darle al coco, y emitir vuestro propio juicio. Cansa, pero mola.

 

La peor inversión financiera … es exactamente lo que hice algo más de cuatro años. Comprar una segunda vivienda en el pico de la burbuja inmobiliaria está rigurosamente reñido con el sentido común más elemental. Con el paro por las nubes, la prima de riesgo desorejada, con ausencia total de dirigentes con las tres I’s (Iniciativa, Ilusión e Imaginación), lo más sensato en primera instancia es quedarse en tu casa con la luz apagada esperando a que escampe el temporal.

No voy a echarme flores diciendo que hoy volvería a hacer lo mismo, pero os aseguro que no me arrepiento (bueno, no nos arrepentimos mi santa y yo) en absoluto de haber tomada esa decisión. Como ya comentaba en este post, comienzas haciendo algunas llamadas para informarte y antes de que te quieras dar cuenta, ya hay 6000 € que han cambiado de manos en concepto de señal.

Desde entonces, sólo puedo contar viernes deseando escapar de Madrid, nuevos (y extraordinarios) amigos, fiestas populares, baloncesto, ciclismo, fotografía, cocina, sol, nieve, veranos inolvidables, cañas al sol con mi Santa  … y sobre todo disfrutar de unas fieras que sólo serán niños una vez en la vida.

 

Hace unos meses que mi amigo David me recomendó las TED Talks, y desde entonces no son pocas las ocasiones en las que amenizo alguna comida-castigo delante del ordenador con alguna de estas charlas. En una de las últimas que he visto, Tim Hardford habla de la «Prueba, error y el complejo de Dios» (Trial, error and the God complex, si no la has visto ya, te recomiendo encarecidamente que la veas, es brillante). Con las sorprendentes habilidades analíticas que ya mostró en The Undercover Economist, Tim Harford sostiene que la mayor parte de los sistemas complejos que finalmente han tenido éxito, han sido construidos mediante ensayo y error, de lo que obtiene una interesante conclusión: Realmente no tenemos ni idea de como funcionan la mayor parte de los sistemas complejos, y lo único que ocurre es que creemos que, en nuestro pequeño mundo, somos capaces de comprenderlo todo, y en consecuencia capaces de elaborar la solución perfecta. Es decir, tenemos lo que se llama Complejo de Dios. Podríamos definir a un afectado por el Complejo de Dios como aquel  que, independientemente de lo complejo que sea el problema que está tratando, siempre tiene un abrumador sentimiento de que su solución es infaliblemente certera.
Supongo que os vendrán a la mente un buen número de ejemplos que se ajustan a la definición que acabo de dar. Hay colectivos con cierta tendencia a desarrollar esta dolencia: médicos, economistas, ingenieros, … Supongo que lo primero que hay que hacer para subsanarlo es admitirlo: Hola, soy wirtanen y tengo Complejo de Dios. 😉
Conviene sin embargo advertir, que -paradójicamente- no es en absoluto sencillo escapar del Complejo de Dios. No es sencillo asimilar que tus opiniones sean corregidas, tus trabajos comentados, tus análisis revisados …
Por otro lado, tampoco es habitual que las personas cambien de opinión y admitan sus errores sin que se les atribuya cierta dosis de debilidad. ¿será por eso que nuestra clase política jamás admite un error?. Tal vez, como comenta Harford, sea este un buen momento para que los líderes admitan su incapacidad para comprender de manera detallada los problemas complejos, pero también para que sus seguidores lo admitan como un detalle de inteligencia, y no de debilidad.

Me he encontrado en mi vida con numerosos enfermos del Complejo de Dios, de los que -lógicamente- he aprendido más bien poco. Por el contrario , de quien más he aprendido es de los líderes capaces de cuestionar a su equipo hasta obtener lo mejor de ellos en cada momento. Esto me recuerda a una genial definición sobre la diplomacia que leí hace tiempo en un escaparate en NY. «Diplomacy: The art of letting someone do things your way»

 

Este domingo estuvimos toda la familia en la Feria del Libro. No recuerdo cuando fue la última vez que fui. El objetivo de la visita estaba bien definido: conseguir para mi hjo una dedicatoria de Laura Gallego. Mi hijo de 11 años es un auténtico león, lee todo lo que cae entre sus manos, hasta el punto de estamparse con las farolas por la calle, al leer mientras camina.

Laura Gallego firmaba libros de 11:00 a 14:00 y cuando nosotros llegamos sobre las 10:45, la caseta de firmas de la autora de Las Crónicas de Idhún, ya contaba con una nutrida cola que poco tiempo después se alargó hasta tener el aspecto que veis en la foto. Nuestra vista no alcanzaba a ver el final de la fila.

En unos tiempos en los que lo más suave que se puede decir de la TV que padecemos es que es repugnante, me llamó poderosamente la atención ver a centenares de chavales capaces de aguantar más de 3 horas bajo el sol de justicia del Retiro, con el fin de conseguir un autógrafo de su escritora preferida. Fue para mí una sorpresa bastante agradable.

Moraleja: Desenchufa el cable de la TV y cámbialo por el HD, el ebook, el PC, el torrent, la mula … o un buen libro 😉

 

Mucho se ha escrito últimamente sobre el término nativo digital, como aquella persona que ha convivido desde su nacimiento con la tecnología digital (yo ya lo hice en esta entrada). Si bien la Wikipedia cifra el año a partir de cual uno se considera nativo digital en 1979, personalmente pienso que esa fecha ha de retrasarse bastante más. En mi opinión, un nativo digital es el que pone cara de haba cuando le cuentas que antes no había móvil ni Internet. Me temo que eso sitúa el año de nacimiento para ser considerado nativo digital alrededor del año 2000.

Al margen de cifrar el año del advenimiento del nativo digital, el objetivo del post es comentar el asombro con el que veo como mis hijos y mis sobrinos se desenvuelven de manera nativa en el mundo digital, manejando cada vez plataformas y aplicaciones más complejas.

Mi sobrina de 7 años ha creado su propio blog, en el que publica posts con cierta regularidad. Antes que me digáis que eso es perfectamente normal para una niña de su edad (!?), permitidme que os comente como, ante la atónita mirada de su padre, entra en el escritorio de administración del blog, y hackea como quiere los menús, los colores, los widgets, las fuentes, los enlaces, y lo que haga falta. Según me cuenta su padre, antes de que terminen de decir la frase «niña, no toques ahí», ella ya ha apretado al botón de turno, y dice «mira, ¿ves?, todo está bien».

Sobre mi hijo, no hace mucho comentaba en FB como aprovechaba los cuelgues de Google Talk a su antojo, cuando le preguntaba la lección a distancia. Desde la otra punta de Europa, se me escapaba la risa floja cuando después de cada cuelgue, el se descolgaba con: «… y como te decía, papá, con esto he terminado de contarte  el tema». Sin embargo, lo que nos tiene a sus seguidores más que asombrados, es la manera en la que este moco de 11 años ha comprendido desde el minuto cero, el sentido de twitter. Desde que se abrió la cuenta, tuvo claro que twitter es un pulso a la actualidad en 140 caracteres, y ahora es incapaz de ver un evento (ya sea una final de copa, o Eurovisión) sin pedir compulsivamente un ordenador, un ipod, un iphone o lo que sea donde poder enviar tweets tremendamente informativos e ingeniosos.

En fin, no se vosotros, pero yo, como inmigrante digital (intentando cada día que se me note menos), no dejo de asombrarme (con cierta envidia, he de reconocerlo) cada día.

 

Uno de los pilares de la inteligencia emocional que Daniel Goleman explica en su libro, es la autoconciencia. Es decir, conocer nuestras emociones, fortalezas, debilidades, necesidades e impulsos. (El resto de las habilidades emocionales son: autoregulación, motivación, empatía y habilidades sociales). Si bien es virtualmente imposible dominar las cinco vertientes de la inteligencia emocional, siento una especial predilección por la autociencia, ya que es precisamente esta la que te dicta como andas en las otras 4 (en ese sentido es un poco meta-conciencia :)).

Los afortunados poseedores de una autoconciencia en condiciones, saben cuando están angustiados, irritados, agobiados o acarajotados. Esto es especialmente útil para conocer cuando uno está sometido al llamado secuestro emocional, y es capaz de contar hasta diez antes de hacer algo de lo que luego pueda arrepentirse.

Otra cualidad, no menos interesante, de la autoconciencia es que permite conocer las fortalezas y debilidades de uno mismo. Así, los afortunados de los que hablaba antes, saben si se les da mejor la pintura, la escalada, el cante jondo o las ecuaciones diferenciales.

Lo realmente complicado ocurre cuando el paso del tiempo nos hace madurar, y aquellas habilidades que (de toda la vida) sabíamos que se nos daban bien, nos resultan un buen día extrañamente ajenas. Un colaborador que tuve hace unos años, decidió tomarse un periodo sabático para dedicarlo a la música y las matemáticas, en el convencimiento de que estaba cercana su edad de máximo en el pensamiento abstracto (que el cifraba alrededor de los 35 😛 ) y quería aprovechar el tiempo que le quedaba. Después de esa edad, comentaba, no es que uno se vuelva idiota, resulta simplemente que desarrolla otro tipo de habilidades.

En mi caso, sin estar seguro de compartir en su totalidad el razonamiento de mi compañero, si me pregunto con el paso de los años a qué debo dedicar mi esfuerzo para obtener el máximo rendimiento. Con una formación en ingeniería, es algo frustrante ver como se me resisten las ecuaciones cuando trato de pegarme con ellas tras años dedicado a otras tareas. Veo con cierto asombro como en mis «40’s & climbing», me reporta más éxito la ingeniería social aplicada al desarrollo de negocio que la ingeniería aeroespacial que en su día estudié.

En fin, puede que todo este rollo no sea más que una crisis de los 40 en grado leve. En cualquier caso, a ti, ¿qué es lo que se te da bien? 😉

 

Debe ser la edad. Cada vez le tengo más alergia a la gente que antes de conocerte, asume que tienes una ausencia de criterio absoluta, y encima considera que tiene todo el derecho del mundo a meter la mano en tu cartera.

Por ejemplo, es común encontrarse con que el uniforme de algunos centros escolares sólo puede adquirirse en un único establecimiento. Las presuntas virtudes de ese establecimiento, a menudo se le escapan a los que les toca rascarse el bolsillo (a los padres). La ausencia total de competencia provoca, como era de esperar, un precio que quita el hipo y una apatía notable por parte de los vendedores, que saben que sólo tienen que esperar a que todo un colegio desfile por su puerta. Lo más irónico llega cuando algunos padres, ante esta situación y en su condición de amantes del riesgo por naturaleza, a veces intentan comprar ropa prácticamente identica a la «oficial» a precios más moderados. Cuando la dirección del centro detecta este hecho, alude sin piedad al «cumplimiento de las normas». Oiga, yo soy el primero que respeta las normas, pero si al final voy a pagarlo todo, digo yo que podré tener algo que ver en la selección del proveedor/es, ¿no?. Paga y calla

Otro ejemplo de tomadura de pelo curiosa, lo tenemos en el famoso asunto de las fotos en las bodas/bautizos/comuniones. Al miserable hereje que se atreve a sacar su camarita para sacarle una foto al niño en la iglesia, se le reprende con argumentos de respeto en un lugar santo. … curioso, respeto del que nadie se acuerda para elegir a dedo (con algún criterio que se me escapa) al fotógrafo «oficial» de la iglesia en cuestión. De nuevo me parece perfecto el tema del respeto en un lugar sagrado, pero si al final voy a pagar yo, pienso que debo tener algo que ver en la elección del fotógrafo, ¿no?. Paga y calla.

Por último (para no aburrir más), me llama poderosamente la atención la manera en la que se gestiona el cobro de las multas. Si se te ocurre protestar, tienes que hacerlo en persona, y aportar una fe de vida, con lacre de cera, la partida nacimiento y una recomendación papal todo en manuscrito original firmado por toda tu familia y en horario de 11:00 a 11:30 los Lunes 29 de Febrero. Para conocer la resolución de tu queja, tienes que volver al mismo sitio pero esta vez en horario de 09:00 a 09:05 los miércoles posteriores a un eclipse de luna llena. Eso si, para pagar una multa lo puedes hacer en el momento en cash, tarjeta o cheque, en el banco, la web, por SMS, por email, por tamtam y por señales de humo. Y lo más llamativo de todo es que al reclamar pierdes el derecho a la bonificación. Es como decir: «Oiga, puede que yo no tenga razón, pero si me paga ahora le hago un descuentito de amigutes y apañao!». … Paga y calla

 

Estimada parroquia, os presento la última ida de olla que me ha tenido ocupado los dos últimos fines de semana. Se trata de una ventana de luz (softbox) casera.

En el paraíso de los fotógrafos, las fuentes de luz son multidireccionales y crean sombras difuminadas sobre todo lo que iluminan. Desafortunadamente, las fuentes usuales de luz, sol, bombillas, flash, … son claramente direccionales generando lo que llaman «luz dura». Para remediar esto se ha inventado toda una parafernalia de artilugios tales como paraguas, ventanas de luz (sofboxes), difusores varios, …. Hace tiempo que le tengo el ojo echado a las ventanas de luz (sobre todo para retratos), pero su precio no invita precisamente a correr a la tienda a comprarlas (alrededor de 400 €).

Buscando en la web encontré varias fuentes sobre como hacerse un softbox casero a partir de estructuras de madera, o de las varillas flexibles de una cometa.

A partir de la idea de la cometa, he fabricado un softbox que me ha dado un resultado genial. La práctica totalidad de los materiales son de tienda de chinos:

  • Cesto para ropa (2 €)
  • Parasoles reflectantes (los macarras de toda la vida) (hacen falta dos, 1 € cada uno)
  • Cinta americana (2 €)
  • Salvamanteles (2 €)
  • Cortina de baño blanca (9 €)
  • Velcro
  • Escuadra de metal
  • Abrazaderas
  • Cola de contacto

Lo primero que hay que hacer es extraer las varillas de la cesta para ropa para conseguir 4 triángulos iguales. Conseguir que la varilla tome forma de triángulo es bastante laborioso. En la cara no reflectante de los parasoles, dibujé triángulos equiláteros sobre los que luego pegué las varillas. Luego pegué los bordes con cola de contacto y conseguí 4 triángulos que aunque no eran iguales (por lo artesanal del proceso), se parecían bastante. A continuación, pegué los bordes de los triángulos para conseguir una pirámide. El difusor de lo hice cortando un trozo cuadrado del tamaño de la base de la cortina de baño blanca, para pegarlo con velcro a la base. Esta base es la que le da rigidez a la ventana, de manera que cuando lo quitamos se puede plegar y queda plano.

Lo último que queda es idear algo para poder fijarlo a un trípode. Para ello corté las varillas del centro de un salvamanteles (para que cupiera el flash), que luego até con abrazaderas a una escuadra. Por suerte, el circulo interior del salvamanteles encaja a la perfección en el vértice de la pirámide, de manera que tan solo con una cinta de velcro el tinglado se sostiene bastante bien. La escuadra la atornillo al trípode con un agujero en el sitio adecuado.

Finalmente, podéis ver el resultado con y sin ventana. He hecho más pruebas con retratos, y el resultado es espectacular. PS: Es de justicia agradecer a mi Santa no sólo el aguantarme lo pesadito que me he puesto mientras construía esto, si no también sus consejos durante el proceso de construcción de los triángulos.

 

Puede resultar extraño, pero me produce cierta satisfacción cuando veo que los zapatos de mis hijos se caen a trozos. Puede que para algunos, la primera impresión sea la de cierto disgusto al tener que preparar la cartera para comprar unos nuevos. Yo, sin embargo, pienso que unos zapatos destrozados dan buena cuenta de carreras, saltos, escondites, excursiones, toboganes, columpios, y sólo ellos (los niños) sabrán cuantas aventuras más. Es decir, son los zapatos de un niño sano y feliz. Unos zapatos tan inmaculados como el primer día en un niño, serían la señal de algún problema posiblemente bastante mayor que el hecho de rascarse el bolsillo para comprar unos nuevos.
PS: Las zapatillas de mi hija que he puesto en la foto no son las peores 🙂

 

Agacharse, me refiero, … bueno, me explico, porque veo que la estoy liando parda. Vas caminado por la calle, y ves una moneda (reluciente o no) en el suelo. ¿Cual es el valor mínimo de la misma que hace que te agaches a recogerla y guardarla en tu bolsillo?. Un céntimo, dos céntimos, 5, 10 … ¿alguien da más?. En fin, me temo que en este asunto no soy muy práctico ya que por una cuestión de principios (reñidos a menudo con el pragmatismo), yo soy de los que se agachan a recoger la moneda por pequeño que sea su valor. Hay algo dentro de mí que me impide pasar de largo delante del dinero tirado en la calle y dormir tranquilo esa noche. Según nuestra flamante Ministra de Economía me encuentro en un estado preocupante de crisis permanente al comportarme así. Pues oiga, I’ll have to live with that!.

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